Es bien sabido que, durante los últimos años, las redes sociales han servido de detonante de nuevas prácticas que podríamos decir comunicativas pero que no se limitan a ellas; simplemente a praxis distintas en cuanto a la forma de comunicar, de informar, de intervenir en ciertos temas e incluso procesos políticos, sociales y culturales, al conllevar a una mayor participación ciudadana en algunos casos. Las redes sociales han cambiado, en cierto modo, el estilo de vida de las personas y la percepción que de él y ella se tiene, influyendo en todos los ámbitos.
En algunas ocasiones, para mal, al manipular la información o desinformar; en otras, con impacto positivo que puede incluso ayudar a transformar los entornos inmediatos a partir de una mayor influencia, o de un activismo que pareciera más pasivo, pero con mayores efectos en la colectividad. ¿Son entonces las redes sociales esa herramienta que amplía nuestro alcance como individuos, donde la otredad es un elemento clave, al alimentar ese individualismo y moldear a las personas en función de lo que ahí se expresa, o son un medio que exacerba la individualidad en aparente colectividad?
Lo que es innegable es que las redes sociales siguen generando un “mundo doble”, donde la contradicción expresada en nuestra pregunta anterior deja ver esa intersección entre la individualidad y la otredad, reflejada tanto en la comunidad como en la colectividad inmediata que rodea a la persona.
¿Esa colectividad es mera ilusión o una realidad que se revela en el traslape de estos dos mundos? ¿Dos mundos marcados por aquel del exterior al individuo, que está ahí y se refleja en las redes sociales, en el que el individuo se desarrolla fuera del ámbito digital, que le sirve de “alimento”, pero que al mismo tiempo se desdibuja en el mundo de la persona que las consulta, con versiones individualizadas de las diferentes situaciones no sólo cercanas a ella, sino incluso a nivel global?
Así, mediante burbujas individualizadas, el mundo se acota en las redes sociales a algoritmos de consumo, ideologías y creencias particularizadas y particularizantes, reduciendo ese poder de alcance al ver el mundo de forma limitada, reduciéndolo a una realidad imaginada que no siempre coincide con el mundo exterior al digital.
De esta forma, también se limita el significado y la resignificación de la otredad del mundo exterior, que sí pertenece al ámbito colectivo, a la pluralidad y a realidades convergentes, imposibles de negar o borrar, pero siempre susceptibles de moldear y mejorar.
Es por ello que una herramienta con tan amplio alcance puede y debería de servir de detonante de la sostenibilidad, en pro de esa otredad, de forma global, entendiendo por ella la autorregulación en todas aquellas áreas que posibilitan el desarrollo, abriendo toda clase de posibilidades y oportunidades a la población en general. Sostenibilidad que contribuya, mediante valores colectivos como el cuidado del medio ambiente o la reducción de la desigualdad, a mejorar la calidad de vida de las personas hoy y siempre.